Por Sergio Acevedo
El financiamiento estatal a los partidos políticos debería ser eliminado, ya que, a pesar de sus nobles objetivos democráticos, ha sido utilizado para acentuar las diferencias de clase dentro de estas organizaciones. Este apoyo ha permitido que una élite envejecida y estática mantenga el control absoluto sobre la vida interna del partido, decidiendo todo el proceso para favorecer a sus incondicionales y, en muchos casos, a sus familiares directos, como hijos y esposas.
La democracia interna y la participación son prendas que se han desvanecido en el sistema de partidos, un factor crucial que impide el florecimiento de la democracia que el país ha logrado mantener, contra viento y marea, por la vocación de la sociedad en su conjunto. La clase política es el principal obstáculo debido a su persistencia en dirigir eternamente a los partidos, a pesar del notorio declive observado en cada proceso electoral y su incapacidad para diseñar una línea política que esté en sintonía con el pueblo y represente los intereses nacionales.
El reciente proceso electoral, a pesar de sus éxitos organizativos, reveló el drama interno de los partidos. Es doloroso observar cómo partidos con tanta resonancia y empatía democrática, como el PRD y el PRSC, que en su momento se disputaron la simpatía del electorado nacional, hoy languidecen aceleradamente y están amenazados con la desaparición debido a la falta de apoyo popular. Un enfermo puede rehabilitarse, pero un muerto solo puede ser revivido por Dios.
Este estado de debilidad trivial e indecorosa de los partidos se alimenta con los recursos que les aporta el Estado, recursos que no se administran con decoro ni cumplen con los requisitos y fines de la subvención, afectando claramente nuestra democracia. Sin la participación de partidos fuertes y bien gestionados, es imposible que nuestra democracia florezca plenamente. Los partidos políticos son fundamentales para el ordenamiento social de la República.