Por Nino Acevedo
El celo por la soberanía es una virtud cardinal; es el ancla que impide que la nación se aparte sin rumbo por la deriva de los intereses ajenos. Después de todo, a nadie le gusta que un extraño abra la nevera sin permiso, y es perfectamente comprensible el cosquilleo que sienten muchos compatriotas cuando escuchan hablar de «tropas extranjeras» o «aviones gringos» en nuestros aeropuertos.
Ese celo nacionalista es el sistema inmunológico de la patria, y en mi opinión, en las dosis correctas, es justo y necesario. Sin embargo, a veces, hasta las defensas del organismo se confunden y atacan al cuerpo cuando lo que este necesita, es una poderosa inyección de vitamina.
La realidad es que en un mundo donde el crimen organizado opera como una red transnacional con múltiples y complejos nodos, la verdadera batalla se libra en el espectro de la inteligencia, no en la rigidez de las fronteras.
El narcotráfico es la metástasis silenciosa que carcome el tejido social e institucional de la República. Corporaciones multinacionales que manejan una logística intrincada y robusta, provista de armamento y tecnología de punta. Lamentablemente, el Caribe es un pasillo de cristal por donde el crimen organizado, desde hace décadas, ha puesto a desfilar con éxito sus tristemente célebres mercancías.
Frente a un flagelo social de tal magnitud, el presidente Luis Abinader ha optado por hacer un movimiento tan inteligente como responsable: permitir el uso de nuestros aeropuertos por parte de los Estados Unidos, para, en sentido general, combatir el narcotráfico. En el argot del béisbol, sería como abrir espacio en el roster, para integrar al refuerzo pelirrojo, que habiéndose tomado su cafecito en Grandes Ligas, ha exhibido poder, contacto, velocidad y defensa.
No obstante, hay quienes desde la tribuna del nacionalismo, y razonablemente preocupados, gritan al cielo clamando por la violación de nuestra autonomía. Les pregunto con la mano en el corazón: ¿De qué vale una bandera que ondea orgullosa sobre un territorio donde las leyes las dicta el dinero sucio?
La verdadera pérdida de soberanía no ocurre cuando aterriza un avión de vigilancia aliado; sucede cuando las estructuras del Estado se vuelven tan porosas que los capos acomodan sus posaderas en las curules de nuestros espacios más “honorables”; permeando nuestra sociedad con su inmundicia, corrompiendo nuestras instituciones, intoxicando a nuestros jóvenes y decidiendo quien sí y quién no. Eso sí es tener la casa invadida.
El narcotráfico se comporta como una epidemia universal. No respeta fronteras, no pide visados y ciertamente no le importa nuestra bandera. Sus tentáculos son largos y sus bolsillos profundos. Enfrentar a una corporación criminal global con recursos limitados es como ir a la guerra de las galaxias armado con un tirapiedras.
La voluntad política debe decir presente, por supuesto, pero la tecnología para el monitoreo satelital, la inteligencia de señales y el rastreo aéreo profundo, simplemente no se corresponden con nuestra prioridad presupuestaria histórica. La colaboración con Washington para el uso logístico de terminales aeroportuarias permite un despliegue rápido, un «ojo en el cielo» que parpadea menos y ve más.
Esos aviones no vienen a pasear turistas; vienen a cerrar el grifo de ese negocio que no solo impacta negativamente la salud física y mental de los ciudadanos locales, sino que inyecta y blanquea dinero de oscura procedencia en nuestra economía, inflando burbujas que tarde o temprano estallan en las caras de los más pobres. Esto no es una cesión de control; es el acceso a un escáner de resonancia magnética geopolítica para localizar y extirpar el tumor antes de que se vuelva irremediablemente invasivo, y dañino.
Y ahí es donde entra el pragmatismo. Lo que ha hecho el presidente Abinader es una alianza estratégica de supervivencia. Estamos poniendo el patio a disposición del vecino que tiene los pesticidas y la experiencia para fumigar la plaga que nos está afectando a todos, incluyendo a ellos.
La República Dominicana es la cintura de América, por tanto está en el corazón del trayecto. Desarrollar operaciones de esa magnitud con nuestros propios recursos y tecnología podría ser insuficiente. No me malinterpreten, los esfuerzos locales son loables y significativos, pero se nos podrían escapar los detalles finos, como quien intenta atrapar mosquitos con una red de pescar tiburones; Estados Unidos, sin embargo, posee la tecnología satelital, la inteligencia y la capacidad de interdicción aérea necesarios para enfrentar el problema con efectividad.
El Recuerdo de la Invasión
Por otro lado, es normal que el fantasma de 1965 pulule en la memoria histórica de los dominicanos, e igualmente, es saludable no olvidar los episodios antagónicos que hemos tenido con nuestros colegas del Norte. Pero, estamos respirando los aires de un contexto distinto. El enemigo no es una ideología política; es un negocio turbio que destruye neuronas y sociedades enteras.
La soberanía moderna se ejerce garantizando la seguridad del ciudadano, no cerrando las puertas a quien tiene la llave para ayudarnos a poner el cerrojo. Entre Estados Unidos y Dominicana hay un interés mutuo, una sinergia obligada que debemos aprovechar para que nuestros cielos dejen de ser un bulevar para los criminales.
El Precedente Histórico del Acuerdo
Esta articulación estratégica no se sostiene en un capricho presidencial ni en una improvisación coyuntural. Su columna vertebral, es el andamiaje jurídico que se inauguró con el Acuerdo de Cooperación Marítima Antidrogas en 1995, firmado por el presidente Balaguer y que se expandió al espacio aéreo mediante el Protocolo de Enmienda de 2003 que rubricó Hipólito Mejía.
Este marco legal, que lleva más de veinte años rigiendo la interacción de interdicción, es nuestro verdadero muro de contención soberana. La autorización actual se ampara en las cláusulas ya negociadas para el sobrevuelo y el aterrizaje temporal, estableciendo la premisa innegociable de que la cooperación debe ser limitada en el tiempo y siempre estará condicionada a la supervisión directa y previa anuencia de las autoridades dominicanas. De modo que la soberanía, en este pacto, no se entrega.
De igual manera, se ha trazado una línea roja inquebrantable: las aeronaves permitidas son exclusivamente aviones cisterna de reabastecimiento y aviones de carga para transporte de material y equipos. No hay espacio en este pacto para plataformas bélicas ni para que el contingente humano se componga de tropas de combate. El personal que pisará temporalmente la Base Aérea de San Isidro y el AILA es estrictamente técnico: mecánicos, especialistas en mantenimiento y tripulaciones.
Esto significa que el aliado está poniendo el combustible para el ojo en el cielo, pero el timón de la justicia sigue estando en manos dominicanas. Es la sofisticación del siglo XXI: la guerra contra el narco se gana con inteligencia compartida y apoyo logístico, no necesariamente con la bota militar en tierra. Como dice el narrador aquel: ¿tiene mieo´? Pues no hay por qué tenerlo.
El presidente Abinader ha razonado que para mantener el «patio» limpio, a veces necesitas que el compadre traiga la podadora industrial. Su decisión envía un mensaje contundente e inequivoco al mundo criminal: La República Dominicana tiene la vocación de dejar de ser un eslabón débil en la cadena. La cooperación internacional es el escudo, y nuestra determinación, la espada. Bienvenidos sean los recursos y alianzas que ayuden a limpiar nuestros espacios, porque un cielo limpio garantiza un suelo firme para que los hijos de Quisqueya, caminen sin miedo.


