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lunes, septiembre 15, 2025

La Designación de Magín Díaz ¿Contradicción PRM o estrategia económica?

Por Nino Acevedo

En los anales de la política, no es raro que el tiempo dibuje círculos. Lo que ayer fue anatema, hoy puede vestirse de necesidad; lo que fue cimiento de escándalo, mañana podría ser la piedra angular de una nueva edificación. Pero, ¡caramba!, cuando esos círculos se cierran con una velocidad vertiginosa y la memoria reciente se topa de bruces con la acción presente, surge una perplejidad que merece un escrutinio meticuloso. Y precisamente eso es lo que ocurre con la reciente designación de Magín Díaz como Ministro de Hacienda en el gobierno de Luis Abinader.

Permítanme ser claro: la coherencia, esa joya esquiva en el arte de gobernar, es un bien preciado. El Partido Revolucionario Moderno (PRM), hoy en la silla presidencial, no hace tanto tiempo alzó su voz –y tal vez con razón– contra el mismísimo Magín Díaz. ¿Recuerdan aquellos titulares que, como puñales, señalaban una presunta violación de la Ley 41-08 sobre Función Pública y la Ley Orgánica de Impuestos Internos? Sí, la memoria es traicionera, pero las hemerotecas son implacables. Recién comenzaba el otoño de 2019, apenas un par de giros del calendario, cuando el PRM, entonces en la oposición, intimaba a Díaz y a otros ministros, acusándolos, ni más ni menos, que de contravenir el marco legal que rige la ética y la transparencia en la administración.

Y ahora, el mismo partido que con tal fervor denunciaba, que con tal ímpetu exigía rendición de cuentas, extiende la mano al otrora señalado para encomendarle nada menos que la cartera de Hacienda. ¡Qué giro de guion tan dramático! Es como si el telón se alzara sobre una obra en la que los antagonistas de ayer son los protagonistas de hoy, sin un intermedio que justifique la metamorfosis. Un descabellado híbrido entre Breaking Bad y La Rosa de Guadalupe. ¿Volverse malo como Heisenberg? No. Volverse bueno, versión microondas. ¿Acaso la Ley 41-08 ha mutado en su esencia? ¿O quizás las acusaciones de antaño eran meras nubes pasajeras en el cielo político? La ciudadanía, esa entidad observadora que, a veces, parece tener la paciencia de Job, no puede evitar el fruncimiento de cejas ante esta aparente incongruencia. En las “redes”, las reacciones adversas no se han hecho esperar. No se trata de una crítica personal hacia el flamante ministro, aunque la merezca, sino de una observación sobre la brújula moral y la consistencia política. Cuando un partido enarbola banderas de transparencia y buena gobernanza, como el PRM lo hizo con tanta convicción en su camino hacia el poder, cada decisión se convierte en un testamento de esos principios. Y esta designación, digámoslo sin rodeos, parece deshilachar un poco la tela tejida con promesas.

Pero la trama se pone interesante. El propio Magín Díaz, cuyo historial con el PRM ya era un laberinto de contradicciones, no hace mucho vertió ásperas críticas al gobierno de Luis Abinader, declarando públicamente que en cuatro años de gestión no se había resuelto absolutamente nada. ¡Menuda pirueta del destino! Aquel que con voz disidente señalaba las supuestas ineficiencias y la falta de soluciones del actual oficialismo, es ahora llamado a pilotar una de las naves más importantes del Estado, bajo la misma bandera que, según él, no había logrado izar el progreso. “La vida te da sorpresas”, decía Rubén Blades.

La Incertidumbre Ciudadana: ¿Volverá a Ocurrir?

Más allá de la evidente contradicción, esta designación genera en el ciudadano de a pie una legítima incertidumbre. Si en el pasado, Magín Díaz pudo haber infringido la ley o actuado de manera indecorosa o inadecuada, ¿quién quita que ahora no vaya a hacerlo igual o peor? La semilla de la duda se siembra con facilidad, y una vez germinada, es difícil de erradicar. La confianza, esa frágil vasija, se construye con actos y se rompe con decepciones. Los argumentos que en su momento fundamentaron las objeciones del PRM no eran susurros al viento; eran acusaciones formales, con fecha y firma. Ignorarlos o, peor aún, revertirlos sin una explicación robusta, sin una justificación que disipe las sombras, es, cuanto menos, un flaco favor a la credibilidad institucional.

Culpa del PLD, ¿Solución del PLD?

Curiosamente, esta designación cobra un matiz aún más irónico cuando recordamos que, durante mucho tiempo –y aún hoy, para ser honestos–, muchos dirigentes y cuadros del PRM han sostenido con firmeza la narrativa de que la inflación y parte importante de los problemas económicos que aquejan al país son, en gran medida, responsabilidad del manejo económico de las pasadas administraciones del Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Y aquí está el quid del asunto: Magín Díaz fue, precisamente, uno de los protagonistas y artífices de aquel equipo económico cuya gestión ahora se culpa. ¿y la coherencia, pa´cuando? Ciertamente, Lutero nunca esperó que pusieran la Iglesia en sus manos. La ecuación es sencilla: si la raíz de nuestros males económicos fue el PLD, y Magín Díaz era parte medular de esa raíz, ¿cómo encaja su nombramiento en el discurso oficial? Es un rompecabezas cuyas piezas no parecen encajar, dejando a la vista un cuadro incompleto o, peor aún, un cuadro que contradice su propia esencia.

El Reciclaje de Fichas y el Desencanto Partidario

La llegada de Díaz al gabinete no hace más que reforzar una percepción que ya se ha ido gestando en el ambiente político: la del «reciclaje» de fichas. No son pocos los que observan cómo el gobierno de Abinader, que prometió un aire fresco y una ruptura con las viejas prácticas, parece estar echando mano de cuadros que ya desempeñaron roles clave en administraciones anteriores. Hay una enorme cantidad de funcionarios medios del PLD que han conservado importantes posiciones en el tren gubernamental actual. Esta tendencia, que algunos interpretan como pragmatismo político, otros la ven como una señal preocupante de que la tan anhelada renovación es más una promesa de campaña que una realidad palpable. ¿Acaso se agotó el banco de talentos propios?

Y, por si fuera poco, esta movida bien podría generar un auténtico sismo en las bases y dirigentes del propio PRM. Imagínense la desazón, la sensación de haber arado en el desierto por años, de haber luchado contra molinos de viento, solo para ver cómo un ministerio de tal envergadura es entregado a un individuo sin vínculos orgánicos ni sanguíneos con el partido. ¿Qué queda para aquellos que sudaron la camiseta, que sacrificaron tiempo y recursos, que creyeron en la causa y aspiraban a la oportunidad de servir desde las altas esferas? Es como cuando siembras y cuidas con esmero la mata de plátanos, pero el ingrato racimo se proyecta orondo hacia el patio del vecino. Este descontento interno no es baladí; puede carcomer la moral y la cohesión de una organización política, creando grietas donde antes había unidad.

Una Estrategia de Contención: ¿El Chivo Expiatorio de una Crisis Inminente?

Ahora bien, no podemos dejar de lado la posibilidad de una lectura más intrépida, pero quizás no menos astuta, detrás de esta singular designación. ¿Podría ser, en un ajedrez político de alto nivel, que esta decisión sea una jugada de Abinader ante un colapso inminente de la economía en los próximos meses? Y no es de dudarse; la sombra de una crisis se cierne sobre un país que, digámoslo sin miramientos, está escandalosamente endeudado, con las arcas del Estado porosas, la nómina pública sobrecargada y un circulante que parece evaporarse día tras día. En un escenario tan adverso, donde las aguas de la economía amenazan con desbordarse, ¿quién mejor para cargar con el «foul» impopular que un ministro que no es de tu partido? Un outsider que, además, ya arrastra un historial de acusaciones pasadas por parte del mismo oficialismo. La estrategia sería, entonces, diáfana: ante un eventual cataclismo económico, el ministro «ajeno» se convertiría en el chivo expiatorio perfecto, una especie de “sand bag” o pararrayos humano, que absorbe el golpe y, con ello, desvía, o al menos mitiga el fulgor de la ira ciudadana de los hombros presidenciales y del partido gobernante. ¿Me pasé? Suena como una táctica cruda y rebuscada, si se quiere, pero no inaudita en la política vernácula del patio, donde, sin temor a equivocarme, se han hecho cosas peores.

Y en esta danza de lo inverosímil, emerge una hipótesis aún más audaz que podría explicar el porqué de esta enigmática designación. No olvidemos que Magín Díaz, durante su paso por la administración de Danilo Medina, forjó una tristemente célebre reputación, como un recaudador inclemente; un arquitecto fiscal que no dudaba en aplicar la mano dura cuando se trataba de refrescar las arcas públicas. Dada la asfixiante deuda que hoy ahoga al país y la imperiosa necesidad de reestructurar las finanzas nacionales, ¿es descabellado pensar que la estrategia de Abinader, en un movimiento fría y magistralmente calculado, sea precisamente utilizarlo para reintroducir una dolorosa reforma fiscal? Pero esta vez, con un giro de tuerca esencial: buscando el consenso no solo de los sectores económicos, sino de las principales fuerzas políticas, incluido el otrora adversario Partido de la Liberación Dominicana. Bajo esta luz, la designación de Díaz, lejos de ser un acto de amnesia política, se convierte en un puente tácito, un pacto no escrito que facilitaría la impopular tarea. Y, si la voz popular susurra con acierto, no sería de extrañar que, para ocupar este puesto de sacrificios y consensos necesarios, Magín Díaz haya contado, curiosamente, con la velada bendición de Danilo Medina, señalando que, en la política dominicana, los caminos más complejos a veces se transitan en carruajes compartidos.

La política, es el arte de lo posible; pero también debe ser el arte de lo coherente y de lo verdaderamente transformador. De lo contrario, se corre el riesgo de que el tejido de las promesas de gobierno se convierta en la legendaria tela de Penélope, tejiéndose de día y deshaciéndose de noche, dejando al final, una sensación de perpetua incertidumbre y, quizás, una pizca de desilusión. La crítica, en este caso, no es un ataque, sino un llamado a la consistencia, a la claridad, y a la protección de ese intangible, pero invaluable activo: la confianza ciudadana.

 

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